Toda esta gente pasó por acá

martes, 4 de septiembre de 2007

El Cuento del Día: El extraño placer de Juan



Antonio Mohamed renunció a la dirección técnica de Huracán, Juan Ignacio Chela avanzó a los cuartos de final del Abierto de los Estados Unidos y comenzó la Copa Argentina de básquet, entre otras muchas cosas que pasaron en estas últimas 24 horas. Sin embargo el martes es día de cuentos en Una Noticia por Día, y en esta ocasión se trata de uno muy especial (recuerden que pueden mandar lo que escriban a unanoticiapordia@gmail.com y que todos los martes vamos a publicar un cuento).

Gustavo Yarroch es un periodista deportivo que trabaja en la agencia de noticias DyN y en los diarios Clarín y La Capital de Rosario, pero por sobre todas las cosas es un amigo de la casa. Desde su libro de cuentos titulado Jueguen por abajo, este es el relato que más me gusta, espero que lo disfruten. Con ustedes, "El extraño placer de Juan".

Juan Villanueva tenía un placer cuanto menos particular: cada vez que iba a la cancha, le gustaba quedarse dormido en la platea. Por lo general, llegaba en el entretiempo de la Reserva, iba hacia su butaca y enseguida se dormía como una marmota hasta que terminaba el partido principal. Nosotros, los hinchas que nos sentábamos a su alrededor, nunca logramos comprender su costumbre. Introvertido y poco amigable, Juan era una persona cuya antipatía tenía el don, o la desgracia, de espantar a la gente. De modo que nunca nadie se atrevió a preguntarle los motivos de su inefable rutina ni mucho menos a intentar despertarlo.

Lo cierto es que Juan se dormía desde el segundo tiempo de la Reserva hasta que la gente comenzaba a irse de la cancha, casi dos horas y media después. Justo cuando nosotros empezábamos a poner todos los sentidos al servicio del equipo, él optaba por cerrar los ojos y descansar.

Ciego part time por elección, solamente interrumpía su descanso cada vez que Vencedores Football Club hacía un gol. Ahí sí, alguna extraña fuerza lo llevaba a saltar cual resorte y el tipo los gritaba como loco. Una vez que se desahogaba, volvía a sentarse y a cerrar los ojos plácidamente. Bicho raro, ni siquiera preguntaba quién lo había hecho. Se limitaba a celebrarlos y después se entregaba a su relajado ritual.

Juan se dormía tan profundamente que parecía estar acostado en una hamaca paraguaya y no sentado en una incómoda butaca de madera y rodeado de fanáticos que se la pasaban puteando y gritando. Ajeno a ese contorno bullicioso y por lo general irascible, hacía siempre la suya. Muchas de sus actitudes eran menos asombrosas que incomprensibles, por no decir ridículas. Los días que llovía, el tipo seguía ahí, inmutable, mojándose como un penitente mientras todos intentaban guarecerse en el techito insuficiente de la platea.

Un día, el fotógrafo del diario del pueblo le sacó una toma espectacular que al día siguiente ilustró una nota de color de un clásico contra Ñandúes: Juan estaba sentado detrás de una cortina de agua, con los brazos cruzados y la cabeza y el cuerpo levemente inclinados hacia adelante. En días como esos, no sabíamos si tomarlo como un freak querible o putearlo por boludo. El tema era que con el tiempo nos fuimos acostumbrando, al punto que sus actitudes dejaron de causarnos asombro.

Juan era un cuarentón desprolijo y de abdomen prominente, un hombre completamente desinteresado por las cuestiones estéticas. Casi siempre tenía una barba canosa de cinco o seis días y llevaba la camisa fuera del pantalón. El pelo, grasoso como su piel, se le caía de a poco, una agonía capilar lenta pero segura.

Un año. Un año exacto nos llevó a comprender que, a falta de placeres convencionales, este fulano disfrutaba del ritual de dormirse en la cancha tanto como el casado en una noche de solteros. ¿Pero por qué, por qué? "Porque el mundo está lleno de outsiders. No le busqués otra explicación", me decía Carlitos Picone, uno de los habitués del sector, en una simplificación sociológica no exenta de sentido común.

Pero hay algo que Carlitos nunca pudo explicarme: por qué Juan saltaba de su asiento cada vez que había un gol nuestro y seguía durmiendo de manera imperturbable cuando convertían los rivales. "Será para evitar comerse el garrón de ver festejar a los otros", pensaba en voz alta Carlitos, aunque su argumento nunca me convenció porque Juan dormía durante todo el desarrollo de los partidos.

"A este tipo el fútbol no le gusta. Viene acá porque no tiene nada que hacer en la casa", aseguraba César Salgado, otro de los chicos de nuestra barra, con un tono que denotaba cierta antipatía hacia Juan.

César estaba equivocado. En la cena del centenario del club, me tocó compartir mesa con Juan. Cuando lo vi sentado ahí, justo al lado del lugar que indicaba mi tarjeta, no lo pude creer. Me acomodé a su derecha, convencido de que no cruzaríamos palabra alguna: tal vez durmiera durante toda la fiesta. Error. Hablamos largo y tendido sobre la suerte del equipo en el campeonato. Me comentó que le encanta cómo juegan los dos marcadores centrales, el enganche y el centrodelantero. Le dije que en líneas generales coincidía, pero eso era lo que menos me importaba: en el fondo, me moría por saber cómo hacía para opinar con tanta propiedad sin ver los partidos. También hizo referencia a cómo el número ocho desaprovecha todos los tiros libres, y a la tendencia del equipo a quedar desprotegido después de las pelotas paradas a favor.

Después de ese torrente en el que combinó información objetiva con opinión, la incertidumbre me desbordó. ¿Pero saben qué, muchachos? Cuando le iba a preguntar porque hacía lo que hacía, el tipo se me durmió. Se me durmió.

Cuento anterior: Rey con corazón

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ahora quiero saber porque se dormia!!!! y como hacia para saber todo!! buuu
ah! quieor mi remera tambien

placen dijo...

eso es lo lindo de los cuentos, te dejan volar la imaginación...
las remeras ya van a llegar, solo espero que no sea lo unico por lo que visitas la página, jajaja